Ventanas

Aquella tarde de Agosto, tras estar un rato aburrido en el parque, Tom se aventuró hacia las afueras. Cogió su bici, compañera inseparable, y tomó la carretera de salida. Nada más cruzar el puente del río, a mano derecha había un pequeño bosquecillo de pinos descuidados, hierba frondosa y el placer de lo desconocido. Una casa de pared blanca y descorchada por el paso del tiempo, con sus ventanas enrejadas, era la única edificación en medio de aquel curioso y pequeño paraje, casi íntimo. Tom se acercó, dejó su bici apoyada en la pared y se agarró a las rejas para mirar adentro. Humedad, cascotes, una manta raída y oscuridad. No se veía más. El niño agarró un pequeño guijarro del suelo y lo tiró dentro. Casualidad o no, en ese instante una ráfaga de viento le azotó la cara. Dio un paso atrás. Comprobó que la puerta de madera estaba cerrada y que el techo del edificio estaba medio derrumbado. No era el lugar en el que le gustarían verlo sus padres. Miró el dirección al ...