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Mostrando entradas de julio, 2017

Primera visita con mi forense

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No es cierto que la vida se apague al detenerse el corazón. Pero tampoco hay túnel, ni hay luz al fondo, y por desgracia tampoco angelitos que te lleven a las puertas de San Pedro. Solo hay... paz, calma. Es como ver el mundo a través de un cristal empañado. El espíritu o alma, flota a unos centímetros del cuerpo, eso si lo acertaron algunos.  ¿Y ahora? Pues no ha mucho que hacer, solo contemplar lo que sucede.  Recuerdo mis últimos días, el estress, los dolores de cabeza ¡Qué ganas de complicarse la vida? ¿Todo para esto? Para qué… eh… ¿Qué sucedió? Sé que iba por la calle, con mi maletín, con las prisas y el café ardiendo aún en la garganta. De pronto una mano con pañuelo, cubrieron mi boca y nariz. Luego ya nada, hasta ahora. Escucho la puerta. Una luz se enciende. Entra un señor con una bata blanca ¿Un medico? No… debe de ser el forense. Ah. Tal vez él me pueda aclarar lo sucedido, voy a prestar atención a ver si me entero. Retira la sábana, mi cuerpo queda descubierto.

Desconocidos

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Se decidió a ir a aquel encuentro con desconocidos. Tal vez era una salida a la soledad. Ya se sabe, gente por las calles, gente por todas partes… pero al mismo tiempo cuanta soledad. Desde el primer momento sintió que allí no encajaba. Uno que parecía muy gamberro otro que parecía un bicho raro, muy refinado. Entonces llegaron las mujeres y la situación en vez de mejorar empeoró aún más. Moscones y Don Juanes lanzados a la conquista y las mujeres se dejaban adorar.  El ambiente entre risas, distaba mucho de ser agradable, era más bien era agresivo. La noche se fue prolongando y las mujeres dieron largas a todos, hasta los que creían que iban a triunfar. Pero de todos ellos nadie regresó a casa, yo los libré de su soledad y sufrimiento. Ahora hacen compañía a las flores del cementerio. 05/12/2016

Vecinos V y último.

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La vida no es una rueda. La vida es una espiral que gira cada vez más rápido, hasta que acabas en el hoyo. Es por ello, que hay que aprovechar las cosas buenas que te ofrece la vida, y a veces, las mejores vienen como por casualidad. Descubrir a Charlotte fue una de esas cosas. Podría haberme mudado a otro piso, o podríamos habernos mantenido como vecinos distantes. Pero la chispa había saltado, el pequeño milagro había ocurrido. Y desde entonces nuestros encuentros se volvieron frecuentes, pero casi como casuales. Lo bueno es que no había nada pactado o forzado. Las cosas fluían. Con cierta frecuencia compartimos piso. Ya no sé donde tengo la ropa. Que si los calzoncillos están en el suyo, los pantalones en el mío. Sonrío al ver aparecer un sujetador debajo de mi cama o cuando se vuelve a su piso vestida con una de mis camisetas. Pero lo que no me pasó desapercibido ni confuso, fueron “aquellos” calzoncillos. Al verlos supe de inmediato que eran mi famosa prenda desapa