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Mostrando entradas de marzo, 2018

El día a día en el instituto

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Ir a clase era un suplicio. Los insultos eran casi lo de menos. Hasta estaba dispuesto a soportar algún que otro cachete si eso significaba que lo iban a dejar en paz por unas horas. Lo peor era la humillación.  Los matones se aprovechaban, y el resto... el resto se reía a expensas de lo que le hicieran. Quería ser invisible transparente. Lo había intentado con todo: llevando capucha, no preguntar nada al profesor, hacerse el tonto, pero nada sirvió, la tenían tomada con él. El estrés había llegado a tal extremo que un día decidió ponerle fin. Después de recibir una colleja al ir a beber de la fuente del patio, se encaró con el peor de los matones. A este le hizo gracia y le dio un empujón. Pero el chico esta vez no se amilanó – Quiero que me dejes en paz – Le dijo con firmeza. El matón echó mano al bolsillo y sacó una reluciente navaja. No muy grande, pero lo suficiente como para intimidar a cualquiera. El chaval, sentía que no tenía ya nada que perder, prefería morir litera

Sin palabras

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Era el segundo día del campamento de verano, lo recuerda bien. Tenían que hacer una pequeña obra de teatro. Chicos y Chicas adolescentes, seguramente para que se fueran conociendo y romper el hielo.  Los dividieron en grupos aleatorios, nadie del grupo se conocía, pero rápidamente comenzaron a organizarse. Harían una crítica del consumismo en la sociedad. Él era el más tímido de todos, pero se sintió envuelto en la armonía y de algún modo, el hecho de que nadie lo conocía le tranquilizó. Su papel era sencillo. Un poco de voz en off y tenía que interpretar lo que hacía por la tele. Todo se puso en marcha. Sin papeles, sin ensayar, tenía que ser algo ágil y rápido.  Todos lo estaban mirando. Le tocó el turno, las primeras frases salieron solas, pero notó mucho eso de ser el centro de atención. Se puso colorado, sus palabras trastabillaron, se quedó… sin palabras. Y eso aumentó mucho más su bochorno. Aquellos segundos pasaron eternos para él. Y luego… luego, aunque su papel ya h

La hora del té

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Entró el servicio. Reverencias. Uno limpió la mesita de cristal, aunque ya estaba limpia. El otro depositó la bandeja en la mesita. Una de las mujeres se arrodilló, tomó la jarrita con mucho cuidado y le sirvió el té. El emperador, que seguía con los guantes puestos, hizo un leve ademán para que se retiraran todos. No tardaron ni tres segundos en salir de la habitación. Sorbió el contenido de media taza. Las vistas eran hermosas, valle abajo todo era verde. Hacía tan buen día que hasta se veía el monte Fuji desde aquí. El siempre imponente monte, el impasible, el que no cede… Sintió de nuevo la punzada en su orgullo. Si no se había suicidado era por su pueblo. ¿Cuantos lo seguirían si él lo hacía? No, debía de ser fuerte, como el Fuji. Su persona, él sería humillado de la peor forma posible. Pero su pueblo había sufrido ya tanto… La puerta se abrió, quedó tenso. No estaba acostumbrado a que lo interrumpieran, era algo impensable. - Majestad imperial, lo siento pero… - ¡A

Vida nueva

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Se había pasado tanto tiempo temiendo que ocurriese esto. Y ahora estaba relativamente tranquila. Seguramente porque uno teme lo que puede perder, pero una vez está claro que lo vas a perder… pues solo queda la posibilidad de seguir para delante. Ofuscarse no era es opción. Había que esforzarse y ver el vaso medio lleno, la vida le ofrecía a una un mar de posibilidades. Había que salir al mundo exterior, hacerse valer, tomar las riendas. Había que armarse de valor, pues la verdad es que daba vértigo. - Firme aquí – Le dijo el hombre encorbatado. Nunca le cayó demasiado bien. Ya sabía que su simpatía había sido siempre falsa. Y para él, ella solo había sido un número más. La mujer se reclinó sobre el papel, estampó su firma y añadió un “no conforme”, le cedió el papel. El hombre miró el documento enarcando las cejas. La miró. Ella le devolvió una sonrisa y añadió – Os vais a cagar por haber despedido a una embarazada – Abrió su chaqueta y le mostró el bulto de su vientre de