Un buzón de los ochenta.
El mundo parecía transcurrir de forma más lenta. Cuando uno quería hablar con un amigo, iba a su casa. Igual hasta tocaba negociar con su madre por el telefonillo, para que lo dejara bajar. Tener una pelota era suficiente para hacer amigos, y si tenías un balón de reglamento, eras el rey. Si, a veces éramos un poco brutos y no todo era perfecto. ¿Quién de aquella época no ha vuelto algún día a casa con las rodillas ensangrentadas? Pero aprendías a socializar con los demás. Te daba el sol, el aire y hacías ejercicio sin necesidad de apuntarte a un gimnasio. Pero lo mejor… lo mejor era abrir el buzón de casa. Podías recibir la revista a la que estabas inscrito, un catálogo de discos y videojuegos, o una carta de un amigo por correspondencia. En unas pocas páginas, alguien te contaba como le iba la vida, sus inquietudes y se interesaba por las tuyas. Uno se afanada en responder rápido, pues en ese momento, se ponía en marcha la cuenta atrás para recibir respuesta; cosa que podía tarda