El albergue perfecto
Un albergue que acoja a los cansados peregrinos, no es cosa baladí, ha de cumplir una serie de requisitos, unas leyes y máximas no escritas, a saber: 1) Comencemos por un clásico. Todo albergue necesita de un huésped roncador, y no uno cualquiera, se precisa que se quede dormido nada más tocar la cama. Puntúa el doble si es el último en despertar. 2) Cuantos menos aseos mejor. El ratio huésped / inodoro más bajo posible, y si hay algún elemento de la ducha roto, más puntos. Nada de comodidades, qué nos hemos creído. 3) Las literas. Mejor cuanto más incómodas. Las metálicas viejunas dan diez puntos en este apartado. Peldaños pequeños y metálicos para que se claven en los pies al subir y ruido al apenas moverse, bien los merecen. 4) El colchón. Bien, aquí tenemos dos opciones. O los de plástico que hacen sudar a mares y que hará que paguen lo que haga falta por unas sábanas. O bien el viejo hundido y desnivelado, todo un clásico. 5) No se puede olvidar que un albergue de diez, necesita