Aventura o temeridad
Viajar en los años ochenta, era una aventura. Me refiero a aquello de subirse al coche y conducir cientos de kilómetro por el país. Con un Seat 850 Especial. Con el motor en la parte de atrás, en verano, sin aire acondicionado y cargados de trastos… Más que una aventura, era un sufrimiento. Las carreteras distaban mucho de ser tan seguras y tan amplias como ahora. En la mayoría de ellas podías adelantar. Y con suerte había un carril intermedio, que era más peligroso que otra cosa. Sin airbags ni cinturones de seguridad. Aún se me encoje el corazón al pensarlo. Por supuesto, sin móviles, tablets, ni siquiera radio. Que o jugabas al veo veo o tratabas de echar una cabezadita. Era lo que había. El destino… para algunos la playa, para otros visitar a unos familiares lejanos, los monumentos de una ciudad… Al menos, no solía haber problemas para aparcar. Creo recordar que mi padre llegó a aparcar en el mismo casco antiguo de Toledo. ¡Y se quejó porque le costó un poco! Lo mejor… estar ...